Muchos padres se preocupan cuando su pequeño de un año comienza a presentar conductas agresivas cuando se enoja. Inmediatamente se preguntan si acaso le pasa algo o si están haciendo algo mal. A estas inquietudes muchas veces también se suma no saber qué hacer cuando esto ocurre.
Lo primero que debemos saber es que es completamente normal y esperable que un niño menor de cuatro años tenga conductas agresivas. Estudios plantean que la agresión se inicia después del primer año de vida, aumenta de un modo muy intenso cuando los niños empiezan a caminar, alcanza un peak entre los 24-42 meses y luego comienza a decaer (Tremblay, 2008).
Esto sucede por tres razones importantes:
- Su cerebro es aún muy inmaduro. La parte del cerebro que controla los impulsos (corteza frontal) es aún muy inmadura por lo que los niños aún no tienen la capacidad de inhbir sus impulsos. Quieren algo y lo arrebatan. Se enojan y pegan.
- Aún no cuentan con el desarrollo lingüístico necesario para hablar en vez de agredir. Mientras más pequeño es el niño, más depende de su cuerpo para expresarse. Un niño de dos años no es capaz de decir “mamá, estoy enojado porque no me dejas seguir comiendo helado”. Simplemente se enoja y expresa su malestar con un manotazo.
- Carecen de las habilidades sociales necesarias para enfrentar y resolver conflictos. Por lo que cuando tienen alguna dificultad con otro niño o adulto, tienden a resolverla a través de conductas agresivas. Por ejemplo, en vez de decir “no te quiero prestar mis juguetes”, empujan.
Los niños menores de tres años otras veces se pegan porque sienten una emoción muy intensa, no saben qué hacer con lo que está sintiendo y recurren a la agresión como una estrategia de calma. Otra razón muy frecuente es que pegan porque están muy contentos, sienten nervios o quieren hacer cariño y no saben cómo.
Teniendo en mente estas razones podemos entender que es normal que un niño pequeño tenga conductas agresivas y que para dejar de tenerlas, necesita que su cerebro madure y que le vayamos enseñanado las habilidades que le hacen falta.
En mi libro “Apego Seguro: Cómo relacionarte con tu hijo a partir de los dos años” sugiero establecer un límite a la conducta agresiva y mostrarle al niño de qué otra forma podría haber actuado. Veamos algunos ejemplos:
"No le pegues a tu hermano (límite). Si no quieres prestarle tus juguetes, dile <> (enseño)"
"No te pegues (límite). Sé que sientes mucha rabia, pero pegarte no te calmara. Ven, déjame abrazarte" (enseño).
"No me pegues (límite). Si me quieres hacer cariño, hazme asi (enseño)"
Si te fijas, en los ejemplos al niño se le ayuda a entender qué le ocurre o qué le pasó. Esto le permite hacer sentido de su experiencia, ya que muchas veces ni siquiera entienden porqué pegaron.
Cuando uno tiene un buen manejo, con el tiempo, en la medida que el niño va desarrollando habilidades y su cerebro va madurando, dejan de presentar conductas agresivas (o al menos disminuyen de manera significativa).
Recordemos que como cualquier otro aprendizaje, no es de un día para otro. Es importante ser constante y tener mucha paciencia.